Cuentos taciturnos
"Pero no puso la otra mejilla"
Quizá fue por impulso, por la rabia provocada a sus palabras, por la poca serenidad de su estado alcohólico, quizá fue porque estaba harto de escuchar su taladreante quejido dirigido por la impotencia de su alma, por el vacío de su espíritu. Sus ojos perfectamente desviados se concentraron en aquella mejilla besada un millar de veces, nunca herida, ni violentada.
Sus ojos por fin encontraron el equilibrio en el rostro de esa persona, mujer u hombre, el sexo era indistinto pues aún siendo la más delicada de las niñas, su actitud, al menos esa noche fue la de un hombre bravo e incitador. Pero ¡Qué osadía tuvo aquella niña en comportarse como varón! porque recibió la primera cachetada como valde de agua fría, su mejilla se le acalambró y no esperaba que al parecer perro rabioso incitara a su enemigo a ofrecerle otra cachetada, más dura aún, menos justificada que la primera y apenas respirando recibió el tercer golpe sin mucha diferencia de tiempo ni distancia y así un poco antes de que llegara la sangre o el rencor, intervino un pequeño justiciero que la abrazó con la delicadeza que merecía ser tratada y entre un hombre llegado a los cincuenta y una niña que había dejado de ser niña hace veinticinco años aquel mini héroe se mantuvo firme ante la locura de esa semi adulta mujer que contra el ataque solo gritaba grocerías, lloraba pero de rabia, ni si quiera de dolor, maldecía y en ratos le aventaba su mano con un golpe hueco a su creador, a su igual, a su amigo y gran padre aún después de ese momento; aquél que le inventaba historias,que estuvo a su lado para no verla llorar. Ese hombre que le enseñó las letras del abecedario y que consecuentaba sus arrebatos mañaneros de un ¡PUM! desapareció. Ella ya no era una flor y el mucho menos el cielo, era más mar, más viento en el peor momento climático.
Ella enamorada de la vida, pacifista, soñadora en cinco minutos dejó de sentir y rompió algunos recuerdos infantiles gracias a su agresor, que en día seguía siendo el mejor ejemplo, reventó las visibles venas de su rostro, enjuagó sus ojos rojos por la ira, sepultó todo su esfuerzo emocional y lamentó una y mil veces haber perdido la cabeza, lamentó dejar de ser la hija ejemplar, se culpó por lo sucedido y se echó a dormir. Tardó para conciliar lo que esa noche no fue un sueño.
Ella debió poner su otra mejilla, pero solo le fue herida una, parece que no entendió la lección y enseñanzas veraniegas. Le falta vivir.
Para ambos, no habrá peor dolor. No es mi caso, pero yo sé de estos cuentos...